Fumaste un cigarro, lo encendiste lentamente, después te fuiste. Querias no tener ninguna dirección, y tu mayor plan, era no tener ninguno. Empezó a amanecer. La ciudad poco a poco se despertaba. Soltabas y volvías a tomar humo de tu cigarro. Aquella mañana, una joven de dieciseis años te sonrió cuando se cruzó contigo por la calle. Aquella mañana fue una mañana que nunca olvidarias.
No pasó nada, eso fue lo que la hizo diferente.
Llegaste a casa, te tumbaste y te decidiste a soñar.
Los sueños no aparecían. Te revolvías en el sillón, enloquecido.
No podías vivir sin soñar, por ahora, era lo único que te quedaba.
Cerraste una vez más los ojos.
Luego nadie te encontró.
:)
ResponderEliminarCorto, pero estremecedor.
Escribe mas! Un beso
Es genial, como todos, Cami.
ResponderEliminarEs tan incréible lo que escribes que ya ni me sorprende ver cosas así de preciosas por este blog:)