miércoles, 22 de septiembre de 2010


Apareciste,doblaste la esquina derecha de la calle ancha. Estaba llena de vida. Llena de comercios abiertos que te invitaban a sonreir. Ibas danzando por la ciudad del amor, la que te había hecho reir tantas veces, la que cada mañana saludabas con la emoción que se merecía. Eras inevitablemente feliz. Querías gritarle al mundo que deseabas que nada de esto acabara nunca. Querías sonreir a todas las personas que te miraban con ojos curiosos y espectantes. Querías bailar y cantar. Pero sobre todas las cosas querías ser feliz, amar y llorar de alegría todos los días de tu vida. Eso era lo que harías a partir de ese momento. Nada ni nadie te robaría la alegría. Nada ni nadie permitiría que no lloraras con esa canción. Nada ni nadie sería tan fuerte como para robarte tu amor y tu felicidad. Eras tú, joven, libre, deseosa, soñadora. "¡Gracias!" gritaste... "¡Gracias vida!" La gente sonreía mientras te miraba. Andabas por París. La vida te había dado la oportunidad de volar.

Volar de felicidad.

lunes, 20 de septiembre de 2010


Hacía mucho frío cuando saliste de casa. Las calles solitarias te saludaban mientras cruzabas la carretera. No lo sabías pero eras observado por multitud de objetos inhertes. Tu mente se distraía con las nubes que corrían apresuradas. La imaginación volaba tomando forma y vida.
Estabas a la orilla del mar y a la vez en la ciudad, en el centro.
¿Podía ser posible?
Decidiste que sí. Dejaste que tus ideas volaran. Un dulce olor a sal corrió por tu pituitaria. Notaste un ligero rasgo de agua en tus zapatos y el tacto de las piedras en los dedos. Sentiste que si agachabas un poco la mano descubrirías arena caliente y solida.
Abriste los párpados. Un coche atravesó tu mirada. Un semáforo cambió de color. El humo de una motocicleta emborró tus ojos. No había rastro de agua marina por ninguna parte. No te importó. Volverías a casa, te acostarías y todo volvería a aparecer. Esta vez te mojarías el pelo, tenías demasiado calor.

sábado, 18 de septiembre de 2010


Cada mañana, cuando se despertaba me regalaba una nueva sonrisa. Una nueva que jamás lograría olvidar.
Me acuerdo como se levantaba de un salto de la agitada cama con sábanas blancas, estiraba los brazos hacia arriba suavemente, se rascaba la mejilla derecha y me deleitaba abriendo la boca y mostrándome sus blancos dientes de porcelana. Recuerdo que cada vez que esto se producía, una musiquilla ligera y frágil se hacía notar en mi cabeza, indicándome que en ese preciso y diminuto instante mi corazón se volteaba mostrándome que era irremediablemente feliz.