miércoles, 22 de septiembre de 2010


Apareciste,doblaste la esquina derecha de la calle ancha. Estaba llena de vida. Llena de comercios abiertos que te invitaban a sonreir. Ibas danzando por la ciudad del amor, la que te había hecho reir tantas veces, la que cada mañana saludabas con la emoción que se merecía. Eras inevitablemente feliz. Querías gritarle al mundo que deseabas que nada de esto acabara nunca. Querías sonreir a todas las personas que te miraban con ojos curiosos y espectantes. Querías bailar y cantar. Pero sobre todas las cosas querías ser feliz, amar y llorar de alegría todos los días de tu vida. Eso era lo que harías a partir de ese momento. Nada ni nadie te robaría la alegría. Nada ni nadie permitiría que no lloraras con esa canción. Nada ni nadie sería tan fuerte como para robarte tu amor y tu felicidad. Eras tú, joven, libre, deseosa, soñadora. "¡Gracias!" gritaste... "¡Gracias vida!" La gente sonreía mientras te miraba. Andabas por París. La vida te había dado la oportunidad de volar.

Volar de felicidad.

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