lunes, 20 de septiembre de 2010


Hacía mucho frío cuando saliste de casa. Las calles solitarias te saludaban mientras cruzabas la carretera. No lo sabías pero eras observado por multitud de objetos inhertes. Tu mente se distraía con las nubes que corrían apresuradas. La imaginación volaba tomando forma y vida.
Estabas a la orilla del mar y a la vez en la ciudad, en el centro.
¿Podía ser posible?
Decidiste que sí. Dejaste que tus ideas volaran. Un dulce olor a sal corrió por tu pituitaria. Notaste un ligero rasgo de agua en tus zapatos y el tacto de las piedras en los dedos. Sentiste que si agachabas un poco la mano descubrirías arena caliente y solida.
Abriste los párpados. Un coche atravesó tu mirada. Un semáforo cambió de color. El humo de una motocicleta emborró tus ojos. No había rastro de agua marina por ninguna parte. No te importó. Volverías a casa, te acostarías y todo volvería a aparecer. Esta vez te mojarías el pelo, tenías demasiado calor.

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