domingo, 23 de mayo de 2010


El otro día, paseando por la calle, un hombre de unos veinticinco años de edad, alto y de barba, decidió que le saldría una fotografía bastante interesante si retrataba una de las esquinas que bordeaban esa avenida. Entonces, sacó su nikon de diecisiete megapíxeles y se dedicó a enfocar. A los pocos segundos, varios transeuntes se veían obligados a romper el hilo que unía la cámara con el resto de la imagen. Lo que todos suponiamos, era que las personas romperian el encanto de la fotografía y pasarían sin ningún problema haciendo que el hombre tuviera que retomar el proceso anterior y asi el siguiente intento sería peor. Pero... ¿que creen ustedes que fue lo que pasó? Una señora, tomó la iniciativa, se paró en seco haciendo que el resto de personas también lo hicieran. La gente que pasaba por los lados también se paró hasta que se formó una larga cola que invadía la calle. Nadie gritaba, nadie pedía una explicación, el que lo intentó vio la cámara y pronto se calló. Había un silencio sepulcral.
El hombre, el fotógrafo se dio cuenta de que toda la calle estaba llena, y de que la cola ocupaba largos metros de esta. Y bien... ¿que pensais que hizo? Todos pensaron que este señor haría la fotografía y se marcharía despacio, pensando en otro lugar que poder retratar. Pues no. El hombre giró la cámara y comenzó a hacer fotografías a las personas que silenciosas sonreían. A los pocos días puso un cartel en esa misma esquina e incluyó las sonrientes fotos, este decía:

"Puede que el arte sea lo único que nos quede.

Gracias"

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